Comentario
Los administradores de este complicado imperio desarrollaron una religión que tenía como finalidad fundamental sancionar la jerarquización social y el culto estratificado a los lugares de origen de cada grupo que se anexionó y formó parte de este imperio. De ahí que los mitos cosmogónicos incaicos se dirijan en esta dirección.
La tradición inca suponía que este universo en el que vivimos es el cuarto de una serie de creaciones y destrucciones divinas; una idea que está muy arraigada en las cosmologías de las civilizaciones americanas. Las destrucciones, como en otros lugares, se llevaron a cabo por cataclismos originados por la insatisfacción de los dioses con los seres que ellos mismos habían creado. El primer dios fue Viracocha, que creó el primer universo y después lo destruyó por medio de pestes y guerras; el segundo fue el universo de WariRuna, que lo pobló de gigantes de piedra, para destruirlo después; el tercero fue el universo de Purun-Runa, que terminó también por un cataclismo cósmico; y el actual es el mundo de los incas. Estos mismos relatos cosmogónicos relacionaban el origen de los incas con Pacaritambo, "Casa del Origen", de donde salieron en migración distintos grupos que fueron los pobladores de Cuzco distribuidos en 10 ayllu. Como hemos señalado antes, de aquí salieron los cuatro hermanos Ayar quienes, junto a sus cuatro mujeres, dieron lugar a las dinastías incaicas.
Además de construcciones cosmogónicas creadas para sancionar las jerarquías sociopolíticas y el papel de los incas como pueblo elegido y centro de la Humanidad, éstos crearon un panteón también jerarquizado. En la cúspide celestial, Viracocha era el dios creador del cielo, la tierra y los hombres, que dió luz a la primera generación humana que él mismo habría de convertir más tarde en piedra. Se le rendía culto en el Coricancha, en Cuzco. Los dioses celestes formaban otra categoría, con Inti, el dios del sol al que se asociaba siempre el Inka, a la cabeza. Estaba muy relacionado con las estaciones y con las plantas. Mamaquilla, la luna, era la hermana y la esposa del sol, y afectaba al mundo femenino. Se identificaba con la hermana del Inka, la Colla. Illapa era el dios del rayo y la tormenta, del agua y de la fertilidad. Junto a ellos, toda una plétora de dioses estelares, destacando las Pléyades, Venus y Escorpión.
En el nivel terrenal y del inframundo el culto estaba organizado en torno a huacas y espíritus. Una huaca es una fuerza sobrenatural que se encarna en cualquier objeto o lugar sagrado. Cada cerro, río, roca y cada manifestación singular de la naturaleza u objetos específicos como templos y enterramientos, eran considerados por sí mismo sagrados. Tenían una fuerte relación con el culto a los antepasados, cuya máxima expresión era la momificación del cuerpo de cada Inka, que fueron adorados como divinidades y, como tales, enterrados en el Coricancha. Los mallqui, los cadáveres sagrados y momificados de los fundadores de los ayllu, eran también una categoría especial de huaca y, como las otras, estaban jerarquizados.
Las huacas estaban ordenadas en el espacio y jerarquizadas de acuerdo con sus funciones y con el prestigio de aquellos a quienes representaban y de quienes recibían el culto. El Cuzco mismo era una huaca impresionante y en torno a él, orientados en líneas o ceques que partían en todas las direcciones, se organizaban en el espacio las huacas.
Este complejo universo de los incas, complementado por muchas otras manifestaciones científicas y artísticas que no tienen cabida en este escrito, comenzaron a cambiar desde 1.537; de manera que en unas pocas decenas de años algunas instituciones habían dejado de existir, otras habían perdido de manera definitiva su significado, mientras que otras habían sufrido tales alteraciones que, readaptándose a una nueva situación colonial, habrían de responder a los dramáticos retos que les presentaba el contacto con una sociedad occidental.